Inevitable amar
FEDERICO: Comenzando vuestra alteza
riñéndome, acaba en llanto
su discurso, que pudiera
en el más duro peñasco
imprimir dolor. (¿Qué es esto? Aparte
Sin duda que ma ha mirado
por hijos de quien la ofende;
pero yo la desengaño
que no parezca hijo suyo
para tan injustos casos).
Esto persuadido así,
de mi tristeza, me espanto
que la atribuyas, señora,
a pensamientos tan bajos.
¿Ha menester Federico,
para ser quien es, estado?
¿No lo son los de mi prima,
si yo con ella me caso,
o si la espada por dicha
contra algún príncipe saco
de estos confinantes nuestros,
los que me quitan restauro?
No procede mi tristeza
de interés; y aunque me alargo
a más de lo que es razón,
sabe, señora, que paso
una vida la más triste
que se cuenta de hombre humano
desde que Amor en el mundo
puso las flechas al arco.
Yo me muero sin remedio,
mi vida se va acabando,
como vela, poco a poco,
y ruego a la muerte en vano
que no aguarde a que la cera
llegue al último desmayo,
sino que con breve soplo
cubra de noche mis años.
riñéndome, acaba en llanto
su discurso, que pudiera
en el más duro peñasco
imprimir dolor. (¿Qué es esto? Aparte
Sin duda que ma ha mirado
por hijos de quien la ofende;
pero yo la desengaño
que no parezca hijo suyo
para tan injustos casos).
Esto persuadido así,
de mi tristeza, me espanto
que la atribuyas, señora,
a pensamientos tan bajos.
¿Ha menester Federico,
para ser quien es, estado?
¿No lo son los de mi prima,
si yo con ella me caso,
o si la espada por dicha
contra algún príncipe saco
de estos confinantes nuestros,
los que me quitan restauro?
No procede mi tristeza
de interés; y aunque me alargo
a más de lo que es razón,
sabe, señora, que paso
una vida la más triste
que se cuenta de hombre humano
desde que Amor en el mundo
puso las flechas al arco.
Yo me muero sin remedio,
mi vida se va acabando,
como vela, poco a poco,
y ruego a la muerte en vano
que no aguarde a que la cera
llegue al último desmayo,
sino que con breve soplo
cubra de noche mis años.
CASANDRA: Detén, Federico ilustre,
las lágrimas; que no ha dado
el cielo el llanto a los hombres,
sino el ánimo gallardo.
Naturaleza el llorar
vinculó por mayorazgo
en las mujeres, a quien,
aunque hay valor, faltan manos.
No en los hombres, que una vez
sólo pueden, y es en caso
de haber perdido el honor,
mientras vengan el agravio.
¡Mal haya Aurora, y sus celos,
que un caballero bizarro,
discreto, dulce y tan digno
de ser querido, a una estado
ha reducido tan triste!
FEDERICO: No es Aurora; que es engaño.
CASANDRA: Pues, ¿quién es?
FEDERICO: El mismo sol;
que de esas auroras hallo
muchas siempre que amanece.
CASANDRA: ¿Que no es Aurora?
FEDERICO: Más alto
vuela el pensamiento mío.
CASANDRA: ¿Mujer te ha visto y hablado,
y tú le has dicho tu amor,
que puede con pecho ingrato
corresponderte? ¿No miras
que son efectos contrarios,
y proceder de una causa
parece imposible?
FEDERICO: Cuando
supieras tú el imposible,
dijeras que soy de mármol,
pues no me matan mis penas,
o que vivo de milagro.
¿Qué Faetonte se atrevió
del sol al dorado carro,
aquél que juntó con cera,
débiles plumas infausto,
que sembradas por los vientos,
pájaros que van volando
las creyó el mar, hasta verlas
en sus cristales salados?
¿Qué Belerofonte vio
en el caballo Pegaso
parecer el mundo un punto
del círculo de los astros?
¿Qué griego Sinón metió
aquel caballo preñado
de armado hombres en Troya,
fatal de su incendio parto?
¿Qué Jasón tentó primero
pasar el mar temerario,
poniendo yugo a su cuello
los pinos y lienzos de Argos,
que se iguale a mi locura?
CASANDRA: ¿Estás, conde, enamorado
de alguna imagen de bronce,
ninfa o diosa de alabastro?
Las almas de las mujeres
no las viste jaspe helado;
ligera cortina cubre
todo pensamiento humano.
Jamás Amor llamó al pecho,
siendo con méritos tantos,
que no respondiese el alma;
"Aquí estoy; pero entrad paso."
Dile tu amor, sea quien quiere;
que no sin causa pintaron
a Venus tal vez los griegos
rendida a un sátiro y fauno.
Más alta será la luna,
y de su cerco argentado
bajó por Endimïón
mil veces al monte Latmo.
Toma mi consejo, conde;
que el edificio más casto
tiene la puerte de cera.
Habla, y no mueras callando.
FEDERICO: El cazador con industria
pone al pelícano indiano
fuego alrededor del nido;
y él, descendiendo de un árbol,
para librar a sus hijos
bate las alas turbado,
con que más enciende el fuego
que piensa que está matando.
Finalmente se le queman,
y sin alas, en el campo
se deja coger, no viendo
que era imposible volando.
Mis pensamientos, que son
hijos de mi amor, que guardo
en el nido del silencio,
se están, señora, abrasando.
Bate las alas amor,
y enciéndelos por librarlos.
Crece el fuego, y él se quema.
Tú me engañas, yo me abraso;
tú me incitas, yo me pierdo;
tú me animas, yo me espanto;
tú me esfuerzas, yo me turbo;
tú me libras, yo me enlazo;
tú me llevas, yo me quedo;
tú me enseñas, yo me atajo;
porque es tanto mi peligro,
que juzgo por menos daños,
pues todos ha de ser morir,
morir sufriendo y callando.
Estos versos son la primera vez que Federico se confiesa ante Casandra. Aunque ella evite pensar que estas palabras van dirigidas a ella, en el fondo lo sabe y corresponde los sentimientos del hijo del duque, pero intenta negarse a ello, pues sería una deshonra.
Una canción que acompañaría a la perfección el sentimiento irrefrenable que se apodera de estos dos amantes y les lleva a cometer actos que dejan su honor en entredicho, atentando directamente contra el Duque, sería Locx de Rouss y Belén Aguilera. Espero que la disfrutéis tanto como yo.
Comentarios
Publicar un comentario