¿Basta con amar?


 -En efecto, Jane: el viaje a Irlanda es largo y la travesía incómoda y siento que mi amiguita haya de verse obligada a... Pero ¿cómo ayudarla si no? ¿Experimenta usted algún sentimiento respecto a mí, Jane?
    No pude contestar. Mi corazón desbordaba.
 -Porque yo lo experimento por usted -continuó-, sobre todo cuando estamos juntos, como ahora. Es como si en el lado izquierdo de mi pecho tuviese una cuerda que vibrara al mismo ritmo que otra que usted tuviese en análogo lugar y se uniera de un modo invisible a la
mía. Y si ese endiablado canal y doscientas millas de tierra van a separarnos, temo que ese lazo que nos une se rompa. Por lo qué a mí concierne, estoy seguro de que la rotura va a producirme una incontenible hemorragia. Y usted...
-Yo nunca, señor, usted sabe... No pude continuar.
-¿Oye cómo canta ese ruiseñor, Jane? Escuche. 
    Escuché y de pronto rompí a llorar convulsivamente, estremeciéndome de pies a cabeza. Imposible soportar más lo que sufría. Cuando pude hablar, fue para expresar con vehemencia el deseo de no haber nacido nunca o no haber ido jamás a Thornfield.
-¿Cómo?¿Le disgusta tanto irse de aquí?
-Me disgusta irme de Thornfield. Amo este lugar, y lo amo porque en él he vivido una vida agradable y
plena, momentáneamente al menos, porque no he sido rebajada a vivir entre seres inferiores ni excluida de toda relación con cuanto es superior y dinámico. He podido hablar con alguien a quien admiro, en cuyo trato me complazco... Un cerebro poderoso, amplio, original... En una palabra, le he conocido a usted, Mr. Rochester, y me asusta pensar en irme de su lado. Reconozco que debo marchar, pero lo reconozco como podría reconocer la necesidad de morir.
-¿Y qué necesidad tiene de irse? -preguntó de pronto.
-Usted mismo me lo ha dicho, señor. -¿A propósito de qué?
-De Miss Ingram, su noble y bella prometida...
-¿Qué prometida? Yo no tengo prometida. 
-Pero se propone tenerla...
-Sí, me lo propongo... -masculló.
-De modo que debo irme. Usted lo ha dicho.
-No: usted se quedará. Se lo juro y cumpliré el juramento.
-¡Y yo le digo que me iré! -exclamé con vehemencia-. ¿Piensa que me es posible vivir a su lado sin ser nada para usted? ¿Cree que soy una autómata, una máquina sin sentimientos humanos? ¿Piensa que porque soy pobre y oscura carezco de alma y de corazón? ¡Se equivoca! ¡Tengo tanto corazón y tanta alma como usted! Y si Dios me hubiese dado belleza y riquezas, le sería a usted tan amargo separarse de mí como lo es a mí separarme de usted. Le hablo prescindiendo de convencionalismos, como si estuviésemos más allá de la tumba, ante Dios, y nos hallásemos en un plano de igualdad, ya que en espíritu lo somos.
-¡Lo somos! -repitió Rochester. Y tomándome en sus brazos me oprimió contra su pecho y unió sus labios a los míos-. ¡Sí, Jane!
-O tal vez no -repuse, tratando de soltarme-, porque usted va a casarse con una mujer con quien no
simpatiza, a quien no puedo creer que ame. Yo rechazaría una unión así. Luego yo soy mejor que usted.
¡Déjeme marchar!
-¿Adónde, Jane? ¡A Irlanda!
-Sí, a Irlanda. Lo he pensado bien y ahora creo que debo irme.
-Quédese, Jane. No luche consigo misma como un ave que, en su desesperación, despedaza su propio
plumaje.
-No soy un ave, sino un ser humano con voluntad personal, que ejercitaré alejándome de usted.     Haciendo un esfuerzo, logré soltarme y permanecí en pie ante él.
-También su voluntad va a decidir de su destino -repuso-. Le ofrezco mi mano, mi corazón y cuanto poseo.
-Se burla usted, pero yo me río de su oferta.
-La pido, que viva siempre a mi lado, que sea mi mujer.
-Respecto a eso, ya tiene usted hecha su elección.
-Espere un poco, Jane. Está usted muy excitada.
    Una ráfaga de viento recorrió el sendero bordeado de laureles, agitó las ramas del castaño y se extinguió a lo lejos. No se percibía otro ruido que el canto del ruiseñor. Al oírlo, volví a llorar. Rochester, sentado, me contemplaba en silencio, con serenidad, grave y amablemente. Cuando habló al fin, dijo:
-Siéntese a mi lado, Jane, y expliquémonos. -No volveré más a su lado.
-Jane, ¿no oye que deseo hacerla mi mujer? Es con usted con quien quiero casarme.
Callé, suponiendo que se burlaba. -Venga, Jane.
-No. Su novia nos separa.
Se puso en pie y me alcanzó de un salto.
-Mi novia está aquí -dijo, atrayéndome hacia sí-: es mi igual y me gusta. ¿Quiere casarse conmigo, Jane?
    No le contesté; luchaba para librarme de él. No le creía.
-¿Duda de mí, Jane?
-En absoluto.
-¿No tiene fe en mí? 
-Ni una gota.
-Entonces, ¿me considera usted un bellaco? -dijo con vehemencia-. Usted se convencerá, incrédula.
¿Acaso amo a Blanche Ingram? No, y usted lo sabe

Esta escena es la primera vez que el amor entre Jane y Rochester se verbaliza. A lo largo del diálogo se alude a sus diferencias de clase, uno de los principales temas que aparecen en esta novela, sin embargo, no será el único problema que los amantes tengan que afrontar.

La canción Cocaína de Babi representa muy bien, bajo mi punto de vista, la relación que mantienen ambos personajes a lo largo de su historia.



Comentarios