El fin justifica los medios, ¿no?

 Don Carlos, infante de España


Hola a todas y todos y bienvenidos a Reescribiendo la piel, la entrada de hoy va dedicada a un gran personaje histórico, o más bien, a la historia que Friedrich Schiller escribió alrededor de su figura. Se trata de Don Carlos, Infante de España, una tragedia principal que engloba otras gracias a una trama capaz de entremezclar pasiones, deseos, traiciones y venganzas.

Por norma general, me encanta leer obras de teatro, las historias aquí narradas suelen estar cargadas de drama y acción, pasan cosas continuamente, el ritmo te atrapa y hace que te enganches tanto o más que a una serie de Netflix, por lo que la lectura se vuelve rápida y entretenida y sin perder calidad. Don Carlos no ha sido la excepción, ¿cómo iba a serlo con semejante trama? La libertad se sitúa en el centro, sirviendo de pretexto para que las diferentes formas de ver el mundo entren en debate, es decir, la ilustración y el romanticismo se enfrentan cara a cara. Por si esto parecía poco, la traición de una amistad íntima, la de un hijo a un padre - aunque también se podría ver al revés- el amor imposible o el ansia de poder son algunos de los temas complementarios aquí presentes.

La parte rosa de esta historia tiene para rato, se enreda sobre sí misma debido al enredo que crean los propios personajes. Por un lado está don Carlos, en un principio comprometido con la ahora reina de España, estando enamorado hasta las trancas tuvo que abandonar el papel de pretendiente y adoptar el de hijo, lo que ofrece unos diálogos tan maravillosos cómo este y que me recuerdan a Hamlet, tanto por dramatismo, como por valores.

    CARLOS.-  Aguardo mi destino, ya sea la vida, ya la muerte. ¿Pues qué?... ¿Habré concentrado todas mis esperanzas en este único instante para que infundado temor me arrebate la realización de mi intento? No, Reina. Cien vueltas, mil vueltas puede dar el mundo sobre su eje, antes que la suerte me conceda de nuevo este favor.

    REINA.-  Que por toda la eternidad no debe repetirse... ¡Desdichado! ¿Qué pretendéis de mí?

    CARLOS.-  ¡Oh, Reina!... Pongo a Dios por testigo que he luchado, he luchado como ningún otro mortal. Y ¡en vano, Reina!... Cae aniquilada mi heroica fortaleza: sucumbo.

    REINA.-  Ni una palabra más... en nombre de mi esposo.

    CARLOS.-  A la faz del mundo me pertenecíais; dos grandes reinos me concedían vuestro mano; el cielo y la tierra consentían nuestra unión, y Felipe, Felipe os arrebata de mis brazos.

    REINA.-  Es vuestro padre.

    CARLOS.-  Es vuestro esposo.

    REINA.-  Él os concederá por herencia el mayor imperio del mundo.

    CARLOS.-  Y a vos por madre.

    REINA.-  ¡Dios mío... Deliráis!

    CARLOS.-  ¿Conoce al menos el valor del tesoro que posee?... ¿Posee un corazón capaz de apreciar el vuestro? No quiero lamentarme. No; quiero olvidar la inefable dicha que hubiera gustado con vos, si él al menos es dichoso. Pero no lo es; no lo es. He aquí la causa de mi infernal tormento. No lo es, ni lo será jamás... Me han arrebatado mi paraíso para anonadarlo en los brazos de Felipe.

Después de un inicio apoteósico, lo siguiente no puede sino mejorarlo, la princesa de Éboli cree que el príncipe la pretende a ella en vez de a la reina, por lo que procura un encuentro de lo más entretenido, Carlos no se entera ni del nodo (parece que estar enamorado le deja un poco lento) y mientras tanto la Éboli no da puntada sin hilo, lo que se traduce en que, despechada, acuda a los brazos de un pretendiente, el rey, evidentemente buscando venganza. Esta acción descubre un poco el contexto social en el que se desenvuelve la mujer: su único valor es la virtud, ni siquiera su palabra tiene un peso real

REY.-   (Turbado.)  El sueño... el sueño, ya dormiré en el Escorial. Cuando el Rey duerme, adiós corona; cuando el esposo duerme, adiós amor de su esposa. Pero no, no; es una calumnia. ¿No es por ventura una mujer quien me lo ha contado, y el mismo nombre de la mujer no es calumnia? El crimen no será verdad para mí hasta que lo haya confirmado un hombre.

A partir de aquí, cuesta abajo y sin frenos, el rey intenta descubrir el engaño, pierde los papeles frente a la reina, duda de su propia paternidad, vuelve a dudar de la veracidad de la información, el marqués, -amigo del príncipe- le vuelve a poner en guardia, persigue a su hijo, hasta que finalmente, le deja en manos de la inquisición.

Todo de lo que hablado antes es lo que me ha llamado la atención y lo que creo que le da ese matiz a la obra para hacerla tan atractiva y dinámica cuando en el fondo habla de muchas otras cosas, por eso, antes de finalizar me gustaría hablar del tema que realmente me ha parecido interesante y que además no creo que esté para nada desactualizado.
La persecución de un objetivo es algo primordial para nuestro desarrollo. Elegir lo que perseguimos marca nuestro rumbo a seguir, qué pequeños pasos debemos dar hoy para llegar allí en un futuro próximo. En el romanticismo esto se llevaba al extremo, todo estaba permitido bajo la escusa de conseguir alcanzar la meta. El marqués de Poza encarna este ansia de victoria, capaz de vender a su amigo con tal de conseguir la libertad para Flandes. Es verdad que poco antes de morir se reconcilia con Carlos, arrepentido de sus planes, que buscaban contentar a todos, pero fueron demasiado arriesgados y terminaron fracasando. Aunque este personaje sea la mayor personificación, en el fondo todos actuaban según sus intereses, el príncipe puso en riesgo a su amada cuando buscaba encontrarse con ella a solas, Éboli traicionó sus principios cuando buscaba venganza, el duque de alba y Domingo intentaban desesperadamente recuperar su posición de influencia, etc. ¿Dónde está el límite cuando se trata de triunfar? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por ello? Creo que no todo vale, el camino para lograr algo también cuenta, los atajos no siempre proporcionan los mejores resultados.

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