Lucha de poder ¿quién somete a quién?

La Regenta


Hola a todas y todos y bienvenidos a Reescribiendo la Piel. La entrada de hoy servirá para comentar la segunda y última obra complementaria, en este caso, se trata de La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín». Este gran clásico, aunque ofrece una historia muy interesante y que trae a debate numerosos temas, ha resultado ser un quebradero de cabeza en más de una ocasión debido a las interminables descripciones de las que hace gala, cuando crees que has acabado con una empieza la siguiente. Sin embargo, en mi opinión, la trama compensa este factor con creces.

Es curioso que en todas las novelas realistas y naturalistas que he comentado hasta el momento, la acción gira en torno a mujeres icónicas, en este caso no podía ser menos, no obstante, hay un cambio significativo con respecto a Pepita Jiménez y La de Bringas. Doña Ana no evoluciona hasta tomar el control de su vida, más bien es una marioneta que cambia de dueño en un juego que no entiende y que la mayoría del tiempo, ni sabe de su existencia, pero antes de esto es necesario contextualizar un poco. La regenta es presentada como una mujer divina, al contrario que la sociedad que la rodea, ella se mantiene pura, no miente ni engaña, su honra está intacta aunque pretendientes no le faltan, se podría decir, que es la única santa de un mundo corrompido

Frígilis despreciaba la opinión de sus paisanos y compadecía su pobreza de espíritu. «La humanidad era mala pero no tenía la culpa ella. El oidium consumía la uva, el pintón dañaba el maíz, las patatas tenían su peste, vacas y cerdos la suya; el vetustense tenía la envidia, su oidium, la ignorancia su pintón, ¿qué culpa tenía él?». Frígilis disculpaba todos los extravíos, perdonaba todos los pecados, huía del contagio y procuraba librar de él a los pocos a quien quería. Visitaba pocas casas y muchas huertas;

Aunque toda Vetusta hablase de ella, con mejores o peores intenciones, lo cierto es que esta entrañable mujer sufría, casada con un hombre mucho mayor que ella, huérfana y con el sueño de ser madre algún día frustrado, no es de extrañar que sufriese de nervios, con constantes mareos y ataques que la hacían delirar fue el muñeco de trapo perfecto para dos hombres ambiciosos que no hicieron otra cosa que jugar con ella en una encarnizada lucha por la supremacía. Burguesía, Iglesia y política son criticados mediante esta encrucijada. Como representación del Clero tenemos a don Fernando, es el sector más corrompido, mucha fe de cara al público, cuando en verdad no deja pollo con cabeza, anteriormente acusado de insinuarse a jovencitas en la confesión, cae rendido a los pies de Ana. Sin lugar a dudad es quién mayor influencia ejerce sobre ella, los ataques que padecen junto con la presión del Magistral la llevan al más puro fanatismo. Esta relación tan dependiente genera rechazo en el resto de la sociedad en un tiempo en el que el cambio está presente.

    -¡Lo juro por mi nombre honrado! ¡Antes que esto, prefiero verla en brazos de un amante!

    -Sí, mil veces, sí -añadió- ¡búsquenle un amante, sedúzcanmela; todo antes que verla en brazos del fanatismo!...

Y estrechó, con calor, la mano que don Álvaro le ofrecía.

Aquí entra en juego el papel de Álvaro Mesía, líder del partido liberal y además un perfecto don Juan que busca seducir a la tan famosa dama, la lucha por controlarla es un reflejo de la lucha por el poder e influencia social.

 Pues ha vuelto porque nos hemos emancipado de la repugnante tutela del fanatismo, y ha vuelto a fundar una sociedad cuya sesión inaugural estáis celebrando, acaso sin saberlo. Esta sociedad que, desde luego, no se llamará de la templanza, se propone perseguir a los fariseos, arrancar las caretas de los hipócritas y arrancar del cuerpo social de Vetusta las sanguijuelas místicas que chupan su sangre. (Estrepitosos aplausos. Paco se abstiene y piensa lo mismo que antes: que faltan chicas.) Señores... guerra al clero usurpador, invasor, inquisidor; guerra a esa parte del clero que comercia con las cosas santas, que se vale de subterráneos para entrar con sus tentáculos de pólipo en las arcas de la Cruz Roja...

Cuando la influencia de la dama cae en manos del político cambia su carácter, se vuelve más juvenil e incluso descarada, como cuando muerde una cereza y se la manda a Álvaro

-Sí a usted; Ana es otra. ¡Qué alegría, qué salud, qué apetito! Se acabaron las cavilaciones, la devoción exagerada, las aprensiones, los nervios... las locuras... como aquella de la procesión... Oh, cada vez que me acuerdo se me crispan los... pues nada, ya no hay nada de aquello. Ella misma está avergonzada de lo pasado. Se ha convencido de que la santidad ya no es cosa de este siglo. Este es el siglo de las luces, no es el siglo de los santos. ¿No opina usted lo mismo, señor Benítez?

El final de esta historia solo revela lo evidente, la Regenta ha sido un juego para todo el que la rodeaba, las mujeres que la admiraban le vuelven la espalda y la critican sin piedad, Fermín la aborrece porque no ha cumplido sus propósitos y Mesía se ha ido sin mirar atrás. Lo único que queda es una mujer rota, deshonrada sin nada a lo que aferrarse tras haberlo perdido todo.

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